Tu sombra – el lado oscuro del yo – te hace ver aquello que detestas en ti y que, de alguna forma, maquillas o entierras sobre más y más capas de ignorancia hasta que se convierten en “inconsciencia”.
Recuerda, de que formas has intentado negarla, rechazarla, repararla, sanarla o reprimirla. Toma conciencia de cuánta energía has dedicado a intentar no ser ella. Y aunque ya no recuerdas cómo empezó a fraguarse, has trabajado muy duro para mantenerte de una pieza y que no se note. Te has creado una máscara hacia fuera para esconder lo de dentro.
¿No es agotador? Todas esas máscaras, la manipulación, las buenas intenciones…
Los demonios de tu sombra, siguen ahí esperando a que les pongas rostro. Algunos mutan de apariencia según la ocasión. A veces tienen cara de soledad crónica, otras de psicópata que quiere matar a todos “para que paguen” por el abandono y el maltrato en tu niñez. Los hay que aparecen vestidos de miedo por el que dirán y otros se travisten de envidia por una vida aburrida y sin sustancia.
También son demonios: esa persona que evitas, esa conversación que tienes que tener, ese pecado que no confiesas o que no te perdonas, esa tarea que no has hecho, esa furia que estalla sin razón aparente, el comentario racista o clasista, las creencias heredadas, ese apego infantil, ese vicio que tienes, esa necesidad de aprobación, esa fijación obsesiva… Tus demonios internos son muchas cosas.
En la vida, todo aquello que negamos también lo estamos afirmando. Cada vez que dices «yo no soy esto», estás ignorando que también «eres aquello».
La sombra siempre se esconde de sí misma. Por eso, usas inconscientemente la proyección como mecanismo de defensa para poner afuera lo que no quieres ver en ti. Así, las personas que aparecen en tu vida se convierten en pantallas de cine donde puedes ver reflejadas tus películas internas. Ves en los demás lo que lo que no quieres ver o reconocer. Sólo falta darte cuenta de que eso que ves eres tú. Es tu reflejo. Eso que veo en el otro también soy yo y el efecto que me produce, el rechazo, el miedo, la rabia, el dolor, la risa, el amor ocurre porque me estoy viendo a mí mismo.
Es justamente tu sombra la que te hace repetir situaciones, dramas y patrones una y otra vez. Como cuando dejas a un jefe déspota y te encuentras con otro villano. O cuando sales de una relación tóxica y acabas en otra peor. O cuando no te quieres y por eso te rechazan…
Así que tanto da el quién y el cómo, porque el qué está dentro tuyo. Por mucho que busques al enemigo fuera, tus demonios son tuyos, están ahí por ti.
Freud y Jung tenían razón en que no podemos escapar de los demonios hasta que no los hagamos conscientes. Ellos, al sentirse reprimidos, no harán otra cosa que tratar de salir para equilibrar todo el sistema. Si no lo logran, explotarán de maneras que nos sorprenderán, y que, quizás, nos darán una versión de nosotros mismos que desconocemos, pero que quizás nos asquee.
Por eso te piden un infierno más grande cuando ya no caben, cuando ya no tienen suficiente espacio. Quieren un infierno más grande porque tú los haces engordar, porque no los reconoces.
Un infierno tan grande que, si no dedicas tu atención, te será difícil encontrar el camino de regreso cuando lo visites.
No esperes a que la sombra salga a la superficie descontrolada en forma de crisis, angustia, depresión o falta de sentido de la existencia. Ahora es el momento de enfrentarte contigo mismo. De preguntarte qué papel juegan tus acciones y tu forma de ser en las dificultades que estás viviendo.
Porque ocultar un problema no es solucionarlo. En lugar de huir, deja de alimentar lo que te persigue. Recuerda que el único monstruo invencible es el no aceptado.
Hazte un favor y saca a pasear la sombra que llevas dentro o se convertirá en tu monstruo. El simple hecho de dedicarle tu atención le va a suministrar una luz que hará que mengüe.
Como decía Jung, «uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz sino haciendo consciente la oscuridad». Por tanto, quien mira hacia adentro, despierta.